04 mayo 2013

César Hildebrandt le rinde homenaje a Javier Diez Canseco

En este momento que lees este post ya te habrás enterado que Javier Diez Canseco ha dejado este mundo físicamente, el maldito cáncer se lo ha llevado. No lo conocí en persona, nunca crucé palabras con él; pero sé que era fiel a sus convicciones, un luchador fiel a sus ideales. Por lo menos a esa conclusión llega uno cuando escucha a sus amigos y enemigos políticos hablar de él. Y ahora te dejaré un ejemplo, un artículo, donde César Hildebrandt le rinde homenaje a lo que fue en vida Javier Diez Canseco.
Poco a poco, Javier Diez Canseco se está yendo. No es pena lo que siento. Es rabia.

Las últimas apariciones públicas de este hombre mayúsculo tuvieron que ser destinadas a defenderse de las acusaciones vertidas por lo peor de la prensa derechista. Y el congreso, donde la sífilis del fujimorismo sigue circulando, se atrevió a sancionarlo con 90 días de separación.

El hombre que había entregado su vida a luchar contra la corrupción resultaba acusado por los hijos del pus que González Prada denunciara. Lo de siempre en el Perú: las heces mandatorias.

La derecha se vengaba. Los nacionalistas se vengaban. El fujimorismo se vengaba. Nadine Heredia era una gran vengadora. Así es el Perú.

En "Hildebrandt en sus trece" hicimos hicimos una investigación prolija sobre las acusaciones aparecidas originalmente en el “Correo” de Aldo Mariátegui. Eran basura. Resultaba que no había nada consistente detrás de ellas. Nada sino veneno arácnido.

Esa era quizá la última condecoración simbólica que le faltaba a Javier Diez Canseco: ser lapidado por matones de la prensa, ser expulsado de un congreso mugriento.

¡Te lo merecías, Javier!

Nunca te elevaste tanto como cuando el odio te mordió. Nunca fuiste mejor que hace unos meses, defendiéndote de quienes querían tu asesinato mediático. Y era pura envidia, querido Javier. Tu vida les recordaba su miseria moral; tu elocuencia les recordaba sus silencios; tu capacidad de indignación ante las injusticias les recordaba sus complicidades y sus agachamientos.

Tantos años de decencia tenías que pagarlos. Porque en el Perú la decencia se paga. Y las chusmas conservadoras se encargan de la cobranza. O te calumnian, o te empapelan, o te vocean en sus aquelarres a ver si así te embarran. Porque si todos se embarran, ya no hay barro.

Pudiste ser rico, Javier: abogadazo, jurisperito de multinacionales. Elegiste ser modesto. Y alegre. Porque a ti la cumbia te va bien y las chelas también y el goce puro del momento, de lo más bien. Pudiste ser Robespierre pero preferiste ser un hombre fiero con la palabra y amable – por lo general – con quienes no estaban de tu lado.

Y no estábamos a tu lado en muchos casos. Jamás pude entender por qué un hombre tan apegado a los fueros del libre albedrío avaló siempre una dictadura cubana, que para mí es el socialismo contado por George Orwell. O por qué tenías aliados tan falsos y esperanzas tan ingenuas.

Pero siempre hemos dicho y diremos que has sido un hombre ejemplar, coherente, indoblegable. Un hombre, en suma. Una lección viviente de armonía entre palabra y acto. Un extraño ejemplo en un país plagado de impostores.


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